Lunes 16 de diciembre - Vini, vici.vinci
Llegamos a Roma a las 16 horas, compramos un par de chips de TIM con datos de internet en el mismo aeropuerto (que nos duraron todo el viaje) y nos tomamos el tren directo hacia la estación de Trastevere, que quedaba a tres cuadras del departamento que habíamos alquilado.
A eso de las 18 ya estábamos instalados en el Roma Trastevere Relais Guest House de Viale di Trastevere 259.
Aunque antes de registrarnos con Gabriela (la propietaria barra gerente barra vaya uno a saber qué), tuvimos la primera anécdota del viaje.
Cuando llegamos nadie atendía el portero, de hecho, nosotros creíamos que se trataba de un hotel y cuando llegamos nos encontramos con un edificio de departamentos con cientos de timbres con diferentes nombres.
La mujer encargada del edificio finalmente entendió (no hablaba ni una palabra de castellano ni de inglés, algo que se haría muy común con la mayoría de los italianos que nos cruzamos) a dónde íbamos y nos dejó subir. En el tercer piso encontramos la puerta de los departamentos abierta, con la llave misma puesta en el picaporte, raro, pero no imposible. Así que entramos y nos acomodamos.
Cuando llegó la responsable, la dichosa Gabriela, estaba de la nuca y no entendía cómo habíamos entrado sin su autorización.
Por suerte todo se resolvió rápido, entendió la situación y fue una excelente anfitriona.
Mientras, llegaron Pablo y Naty al departamento, un encuentro esperadísimo y que festejamos con la primera cena juntos en un barcito del Trastevere.
Antes de arrancar a contar el viaje, está bueno hacer un par de aclaraciones.
Treinta días de vacaciones son muchos días, sin lugar a dudas, pero Italia es un país enorme y cada ciudad italiana tiene más de dos mil años de historia, definitivamente no alcanzan treinta días para abarcarlas. No alcanzan treinta, ni cuarenta ni diez años, creo. Uno necesitaría una vida entera para conocer cada ciudad y sus personalidades.
Nosotros visitamos muchas ciudades, algo más de veinte, algunas las recorrimos más a otras apenas las caminamos unas horas. Y la selección que hicimos, tanto de los lugares, como de los recuerdos que nos trajimos en nuestras retinas y celulares es, por supuesto, arbitraria, escasa y caprichosa.
Personalmente, yo no tenía muchas expectativas para este viaje, era Caro, la que con sus años de latín en el Colegio Nacional Buenos Aires, estaba (y sigue estando) motivadísima para llegar a las tierras del Dante. Pero, no sólo que me sorprendió, sino que me maravilló hasta un nivel que no me esperaba. Al final de cuentas es verdad eso que dicen que dios construyó el Italia y con lo que quedaba hizo el resto.
PD:
Ah, algo importantísimo, Pablo es un maniático de las fotos y eso fue fantástico todo el tiempo que estuvimos juntos, porque directamente nos olvidamos de sacar fotos nosotros (en este viaje decidí no llevar la cámara, ya que en los últimos dos fue pasear ese bolso por todos lados y terminar sacando con el celular). Hecho que sufrimos cuando nos quedamos solos en Sicilia y Salerno, y ahí nos dimos cuenta qué importante es viajar con un fotógrafo particular, ¡gracias Pablo!
demás está decir que un graaaaaaan porcentaje de las fotos de este blog son de él.
A eso de las 18 ya estábamos instalados en el Roma Trastevere Relais Guest House de Viale di Trastevere 259.
Aunque antes de registrarnos con Gabriela (la propietaria barra gerente barra vaya uno a saber qué), tuvimos la primera anécdota del viaje.
Cuando llegamos nadie atendía el portero, de hecho, nosotros creíamos que se trataba de un hotel y cuando llegamos nos encontramos con un edificio de departamentos con cientos de timbres con diferentes nombres.
La mujer encargada del edificio finalmente entendió (no hablaba ni una palabra de castellano ni de inglés, algo que se haría muy común con la mayoría de los italianos que nos cruzamos) a dónde íbamos y nos dejó subir. En el tercer piso encontramos la puerta de los departamentos abierta, con la llave misma puesta en el picaporte, raro, pero no imposible. Así que entramos y nos acomodamos.
Cuando llegó la responsable, la dichosa Gabriela, estaba de la nuca y no entendía cómo habíamos entrado sin su autorización.
Por suerte todo se resolvió rápido, entendió la situación y fue una excelente anfitriona.
Mientras, llegaron Pablo y Naty al departamento, un encuentro esperadísimo y que festejamos con la primera cena juntos en un barcito del Trastevere.
Treinta días de vacaciones son muchos días, sin lugar a dudas, pero Italia es un país enorme y cada ciudad italiana tiene más de dos mil años de historia, definitivamente no alcanzan treinta días para abarcarlas. No alcanzan treinta, ni cuarenta ni diez años, creo. Uno necesitaría una vida entera para conocer cada ciudad y sus personalidades.
Nosotros visitamos muchas ciudades, algo más de veinte, algunas las recorrimos más a otras apenas las caminamos unas horas. Y la selección que hicimos, tanto de los lugares, como de los recuerdos que nos trajimos en nuestras retinas y celulares es, por supuesto, arbitraria, escasa y caprichosa.
Personalmente, yo no tenía muchas expectativas para este viaje, era Caro, la que con sus años de latín en el Colegio Nacional Buenos Aires, estaba (y sigue estando) motivadísima para llegar a las tierras del Dante. Pero, no sólo que me sorprendió, sino que me maravilló hasta un nivel que no me esperaba. Al final de cuentas es verdad eso que dicen que dios construyó el Italia y con lo que quedaba hizo el resto.
PD:
Ah, algo importantísimo, Pablo es un maniático de las fotos y eso fue fantástico todo el tiempo que estuvimos juntos, porque directamente nos olvidamos de sacar fotos nosotros (en este viaje decidí no llevar la cámara, ya que en los últimos dos fue pasear ese bolso por todos lados y terminar sacando con el celular). Hecho que sufrimos cuando nos quedamos solos en Sicilia y Salerno, y ahí nos dimos cuenta qué importante es viajar con un fotógrafo particular, ¡gracias Pablo!
demás está decir que un graaaaaaan porcentaje de las fotos de este blog son de él.
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